miércoles, 21 de noviembre de 2007

Capote y otros calores tropicales

Heme aquí de vuelta, bronceado naturalmente y sorprendido de las vueltas que da la vida. Mi periplo me llevó, en los últimos días, de La Paz a Cochabamba, de esta ciudad a Villa Tunari (Chapare), vuelta a la Llajta y ahora, escribo desde Santa Cruz. Durante el citado viaje Truman Capote y dos autores anónimos me acompañaron: Desayuno con diamantes, Música para camaleones (ambas de Capote) y Beowulf y La tragedia del fin de Atawallpa las signadas por escritores desconocidos. A Capote lo disfruté enormemente con el relato largo de Breakfast at Tiffanny´s, comparándolo con el filme homónimo de Blake Edwards, y, mención especial tiene el relato Féretros tallados a mano y los Retratos coloquiales (ambos incluidos en el segundo libro citado), en donde Capote muestra su indudable maestría en la narrativa previa a su obra maestra, A sangre fría. Bueno, compañeros de blog, esos relatos no desmerecen la fama de la novela.
Aparte de mi recorrido intelectual no puedo dejar pasar por alto la vivencia enriquecedora de Villa Tunari. Hasta ese remoto y paradisíaco rincón del mundo llegué por el arte dramático, ya que entre el 10 y el 16 de noviembre participé en el I Encuentro Latinoamericano de Teatro por el Derecho de los Pueblos Indígenas, que fue organizado por el grupo A puerta cerrada, de Sucre. Allí me encontré con una nueva familia: Pepe, Pablo, Marcelo, Farah, Jazmín, Samuel, Álvaro, Alfonso y Anita, además de otros 30 locos apasionados del teatro... bueno, todo nos dimos cita para actuar, hablar, farrear y demás verborrea durante todos esos días.
Ahora, llego a Santa Cruz con un reto que desentrañaré durante los siguientes días, si es que las picaduras y otros calores tropicales no me lo impiden.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Carta de una isla desierta a un náufrago


Estimado desconocido, mi piel ya no es lo que era desde que te fuiste.


Como una posesa soñé contigo antes de que llegaras, sumida en un estado de desconsolación absoluto. Quiero decir, no es que me aburriera, cosa imposible en el Mar de los Sargazos, con tanto vaivén. No, no fue por eso. Simplemente fue que, desde tu llegada, cada cosa era nueva.

Todo era un gran descubrimiento.


Mis pelos, es decir, mis palmeras... se ponían de tiros largos cada vez que te veían y entre todas competían para ser la que más se doblaba y te ofrecía cocos maduros para que tu mezclaras tus manjares.


Después, mis narices, las cuevas oscuras y frías en donde soportaste los primeros días como aunténtico salvaje, te las cedí amablemente. Luego, cuando tomaste la decisión de hacer tu propia choza, sufrí algo, porque mis narices se resentían porque ya nadie les hacía cosquillas.


Con mis lágrimas y sudor te bañabas. Sí, hasta en eso cedí a tus caprichos, a eso que tu llamabas cataratas y a mí que me daban unas ganas de reír cada vez que te veía desnudo... pero, bueno, no te quiero hacer sonrojar.


Finalmente te mudaste a tu casita, hecha de mis pelos y parte de mis narices. Seguramente creiste que ya habías madurado en tu relación conmigo y te volviste un consentido. Comiste, o mejor dicho, te tragaste casi todo piojo que tenía en la cabellera. Sí, esos que tú llamabas jabalíes, monos, guacamayos y demás familia.


Como decía, estimado náufrago, luego de que me dejaras sin diversión alguna te fuiste. Sin ninguna nota de aviso.


Ahora mi cuerpo está triste porque no te tiene como compañía, ya que eras el último bicho vivo que quedaba en mis entrañas.


Pido una explicación. ¿O te rompo la botella?